miércoles, diciembre 26, 2007

Macarrones sin tomate (o lecciones de amor matutinas)

[En una estación de la línea 2 del metro, 9:07 de la mañana, de nuevo una conversación real:]

- …

- Mamá, a mí me gusta Carla.

- Ya hijo, pero si tú no le gustas, cuando te diga que le dejes en paz, tienes que dejarla.

- Pero es que yo quiero que sea mi novia…

- Cariño, sólo puede ser tu novia alguien que quiera serlo, porque tú también le gustas… Y si no, tienes que dejarlo y buscarte a otra. A ver, en tu clase hay muchas niñas, Ana, por ejemplo, es muy simpática, y muy guapa…

- Ya, pero ¡pega!

- ¿Pega?

- Sí.

- ¿Y Marta?

- Marta es una egotista…

- Egotista no, hijo, egoísta.

Les veo salir del vagón, él (unos 6 años) viste un gorro de Papá Noel, ella (unos 42) luce una trenza africana. La fascinación me hace olvidar que compartimos parada y, cuando reacciono, como si el metro me atrapara para desengancharme de esa historia sin conocer el final, ya no puedo salir. ¿Qué pasará cuando con 20 años no entienda por qué su novia-para-siempre le ha dejado? ¿O cuando a los 34 sienta que algo falla con su mujer? ¿Qué respuestas tendrá ella?

La incertidumbre no me ha abandonado en todo el día, así que me he visto obligada a inventar un final. Al principio he pensado en la madre diciéndole que se veía venir, que era una mala p....., y que, indudablemente, se arrepentiría. Pero no era un final acorde a un personaje tan sabio, así que lo he cambiado por este otro:

La madre se sienta en el suelo, cruza las piernas a lo indio, coloca sus codos sobre las rodillas y empieza a levitar:


- Hijo mío, las relaciones amorosas son un alimento más para nuestro crecimiento personal. En el momento en que el espacio que compartimos con la persona de la que un día nos enamoramos no nos permite ser lo que somos o aspiramos a ser en cada momento (pues estamos en constante evolución), irremediablemente, ese espacio pasará a disolverse o a deformarnos. El final es para el bien de ambos, aunque suela ser uno el que se dé cuenta primero. Sin embargo, el cambio no significa necesariamente destrucción. Hay espacios extraordinariamente cómodos y flexibles que nos permiten movernos y crecer sin necesidad de huir, confirmando que el amor puede ser eterno a veces, mientras en el resto de casos es, como canta Serrano, “eterno mientras dura”.

- Gracias mamá, ya puedes bajar.

¿Alguien tiene otros finales para explicar un final?

Paella

Andrómeda, máquina neumática, ave del paraíso, acuario, águila, altar, aries o carnero, cochero, boyero, buril, jirafa, cáncer o cangrejo, perros de caza o lebreles, can mayor, can menor, capricornio, carena o quilla, casiopea, centauro, cefeo, ballena, camaleón, compás, paloma, cabellera de Berenice, corona austral, corona boreal, cuervo, copa o cráter, cruz del sur, cisne, delfín, dorado, dragón, caballo menor, erídano, horno, géminis o gemelos, grulla, hércules, reloj, hidra hembra, hidra macho, indio, lagarto, leo o león, león menor, liebre, libra o balanza, lobo, lince, lira, mesa, microscopio, unicornio, mosca, escuadra o regla, octante, ofiuco, orión, pavo real, pegaso, perseo, fénix, caballete del pintor, piscis o peces, pez austral, popa, brújula, retículo, flecha, sagitario, escorpión, taller de escultor, escudo de Sobieski, serpiente, sextante, tauro o toro, telescopio, triángulo, triángulo austral, tucán, osa mayor, osa menor, vela, virgo o virgen, pez volador y zorra.

Desde el principio de los tiempos y hasta 1922 los hombres habían dedicado sus noches libres a poner nombres a las constelaciones, grupos de estrellas difíciles de recordar sin un contexto, formando parte de un ave, de una cabellera o del instrumento que marca el norte de los perdidos.

46 años después, en todo el planeta, millones de ojos seguían bautizando las formas cósmicas pero nadie se paraba ya a recogerlas en una lista universal. Eso pensaba ella desde el suelo frío de la calle de una aldea cuyo cielo siempre le había recordado a una paella, sin mejillones ni gambas, pero con muchos granos de luz. Desde allí lo miraba cada verano un mínimo de 7 noches consecutivas intentando memorizar el paisaje que habría de permitirle orientarle en caso de naufragio.

Y no estamos hablando de un naufragio metafórico sino literal. Lo tenía todo preparado para partir en cuanto la ley lo permitiera. Su objetivo: no pisar dos veces un mismo puerto y conocerlos todos. Sobreviviría trabajando de cualquier cosa, de lo típico del lugar, “gondolero, torero, taxista...”; amaría a sus habitantes para perfumarse de su esencia, y probaría tantos hombres como estrellas fuera capaz de recordar. Su sueño no estaba bien visto, claro, pero tampoco lo estaba que se tumbara en medio de la calle panza arriba desde que tenía uso de razón.

Así que siguió adelante con su idea y un día partió. Su afán no era el de desaparecer ni huir, sino el de beberse el mar, así que enviaba noticias a todos los que, en la ruta, habían supuesto una gota en la calma de su sed. Una mañana, cansada, melancólica, nostálgica, acaparadora, decidió reunirlos a todos. Los citaría en aquella calle, no era un puerto, era un pueblo de montaña, pero creía que podría volver, se tumbaría panza arriba y les daría las gracias, uno a uno, personalmente, intuía que por última vez. Lo hizo. Asistió un 40% del personal, un éxito.

Comieron paella y bebieron sin conciencia agua dulce de la fuente. Era el final. En su estómago, la mezcla de líquidos (pues el mar bebido formaba ya parte de ella) generó una nebulosa como las que se producen en las cuevas subterráneas mejicanas de Tiquiriguaca. La visibilidad era tan poca que no permitió a los granos de arroz encontrar la autovía de la digestión. Murió de empacho, decían, se veía venir... Sin embargo, el redactor del informe de la autopsia dejó constancia para siempre de lo que sucedía y escribió: “en su estómago se hallaron estrellas que se resistían a abandonar aquel cuerpo”. Yacía panza arriba en medio de la calle. Y todos callaron.

lunes, diciembre 17, 2007

Espárragos con jamón

Últimamente la ciencia está arrojando luz sobre algunas de mis carencias. Hace poco unos investigadores suecos evidenciaban que una parte del cerebro se encarga de borrar información irrelevante para reservar espacio para aquello verdaderamente importante. Ésta es una función que tengo especialmente desarrollada y, sin embargo, no me coloca un eslabón por encima del resto de humanos en la escalera de la evolución (por la que todos accedemos con orgullo a subir a pesar de que nadie conoce todavía a dónde lleva), y todo por un detalle que estos suecos dejaban al aire: ¿qué es relevante?

Analizar qué es relevante y qué no para los que me rodean, a partir de sus recuerdos, se ha convertido desde la publicación de este estudio en uno de mis ejercicios favoritos, antes estaba entre los más frecuentes... Al fin y al cabo, como tantas otras veces, se corrobora lo que ya intuíamos los que consideramos relevante elaborar teorías que hagan la vida más fácil, en detrimento, claro, de información socialmente más valorada. Otro ejemplo: "un gen explica nuestra dificultad para aprender de nuestros errores". ¿Quién no lo había contemplado alguna vez como la única explicación posible?

jueves, diciembre 06, 2007

Lasaña de letras

Título: Dunada, pequeño hoyuelo situado en la parte frontal de la base del cuello, justo entre las clavículas, sin ninguna utilidad fisiológica o funcional conocida, pero que puede resultar sumamente interesante, hasta el punto de que se han reportado numerosos casos de ejemplares con altas capacidades hipnóticas *

Mirando su dunada
podía creer en la fuerza de las espadas láser
en la inocencia de los coroneles,
en la bondad de las brujas malas.

Podía creer en los milagros,
en los hoyuelos como reencarnaciones,
en la vida en los paraísos,
en los soles como dioses.

Su dunada le hizo calzarse patines,
colgarse unas alas, coger carrerilla
y usar el canal que formaba su espalda
para despegar.

Ya desde el cielo,
observando a lo lejos, pudo aprender
que, a más de 1.000 metros de mirada,
no funcionaba
el poder oscuro de los hoyuelos
a la altura del cuello.
Maldita dunada y contraindicaciones.
Maldita, la bruja mala.

*Dunada es una palabra inventada (como todas) y con un significado también inventado (no por mí sino por un compañero de escrituras que se llamaba Javier, tenía un acento muy raro y participó en un corto), así que si queréis empezar a usarla, pensad en él cuando lo hagáis, y será una de esas pocas palabras inventadas de las que se recuerda el autor.

Yo inventé esta otra:
Pacún: ruido que hacen los Pacos al caer.

¿Alguien da más?